domingo, 28 de octubre de 2012

Y las flores del Corán


Estas últimas semanas hemos leído en los Talleres de Literatura de Medina del Campo y Tordesillas la novela de Eric-Emmanuel Schmitt: El señor Ibrahim y las flores del Corán. Todo un alegato a la filosofía de dejar trascurrir la vida. La lentitud frente a la continua e inquietante búsqueda de un mundo que se nos escapa.
Una lectura rápida, de un cuento aparente, que entraña toda una sabiduría del encuentro posible entre seres humanos de diferentes edades, creencias, vidas.
Comienza con una rotunda frase: «A los trece años rompí mi cerdito y me fui de putas». Luego, el discurso se torna en una apología de la ternura y un análisis sociológico del sentido de la existencia.
Después aparecen las calles Azules, Paraíso de un París de los años 60 que refleja en muchos aspectos cualquier lugar de nuestra realidad actual. Es significativa la referencia a la simbología de las basuras y papeleras que podemos encontrar en una ciudad.
Una madre desaparecida que retorna, un padre suicida, un hermano inexistente, un árabe que no lo es, un adolescente que miente y crece descubriendo...
Nos gustaría saber vuestra opinión, vuestras citas preferidas, las conclusiones de los comentarios del libro en los diferentes grupos.
La película, cuyo cartel aparece en la fotografía, la veremos el 21 de noviembre.
Mientras, ¿qué os ha parecido el libro?

lunes, 22 de octubre de 2012

Conversaciones con el semáforo

La semana pasada trajimos al taller un comentario muy sugerente  de María José González que aterrizó en las redes sociales:
"Hoy por primera vez en mi vida me ha hablado un semáforo. Estaba yo sola y no he querido pararme a escucharlo. 'Vive' en mi barrio y creo que nos vamos a cruzar a menudo. ¿Qué hago la próxima vez que nos encontremos?"

Y aquí os dejo como otras veces algunas sugerencias de otras olas del mar:

Querida amiga:

Supongo que si te has atrevido a hacer esta consulta tan particular, querrás que te ofrezca una respuesta clara, así que, sinceramente, yo te recomendaría que te acercaras hasta el semáforo en cuestión y le preguntaras cuál ha sido el motivo de su osadía, porque ya me contarás, después de tanto tiempo pasando a su lado sin decir una sola palabra, va ahora y te deja a cuadros, sin saber siquiera qué hacer ni qué contestar.
Si ves que su intención ha sido buena o que simplemente ha sido un acto de buena educación, puedes, con el tiempo, incluso llegar a mantener una relación de amistad, ya que te podrá poner al día de todo lo que ocurre en la calle: cómo está el tráfico, si ha pasado frío por la noche o calor durante el día... En fin, mantenerte al día de la más ferviente actualidad.
Si, por el contrario, al acercarte a él no percibes buenas vibraciones, será mejor que escojas otra calle para ir de camino al trabajo y te olvides por completo de ese ¡parlanchín! 

 Alicia García (Geria)

Querida Yose: 

Es un poco delicado el asunto de tu pregunta, y no sé si estoy capacitada para darte respuesta, pero como me gusta meterme en todos los charcos, allá voy...
Primero está la parte en la que te ves obligada a verlo todos los días. ¿No puedes cambiar de ruta y así terminar con el dilema? Sería lo más sencillo. De no ser así, tal vez deberías analizar tu comportamiento y averiguar si no habrás sido tú la culpable, con tus tocamientos del botón del stop, la que ha propiciado que el pobre semáforo rompa con su voto de silencio. O has notado que el verde es más verde cuando te acercas, que el rojo se vuelve encendido y dura y dura para tenerte cerca.
Espero que reflexiones y tomes la más correcta de las decisiones, y tanto si decides hablarle como si no, sea con todas las consecuencias y que no le causes más sufrimientos de los estrictamente necesarios al pobre semáforo. 
Recibe mis más cordiales saludos.
Rosa (Tordesillas)


                                       Conversaciones con un semáforo

Hola, Mª José:

Ya veo que tienes un pequeño dilema con tu semáforo.
Claro está que los semáforos no hablan, solo son dispositivos electrónicos que cambian de color, según la programación. Pero también salva vidas, luego es posible que tengan sensibilidad… Están en contacto con las personas todos los días, haga frío o calor, siempre dispuestos a ayudar y, sobre todo, a controlar…
Creo que debes acercar la oreja al metal y esperar… Los más sensibles son los semáforos con dispositivos electrónicos para invidentes. Quizá recibas alguna información, consejo, o simplemente te proteja de algún conductor despistado… ¿O temes que te conozca demasiado y te haga algún reproche?

Un saludo.

Isabel (Tordesillas)

lunes, 8 de octubre de 2012

Espuma


La pasada primavera hubo en el Museo Reina Sofía una exposición del artista conceptual Hans Haacke titulada Castillos en el aire. En ella, uno de los creadores críticos más relevantes de la segunda mitad del siglo xx nos ofrecía una mirada peculiar a los efectos de la globalización, a las vinculaciones entre el arte y el poder, a todo lo que se proyecta y su devenir en el tiempo (un ejemplo de esto es el análisis que hizo del plan de urbanismo en el ensanche de Vallecas).




Entre todas las instalaciones que componían la exposición, nos llamó la atención un título muy sugerente: «Espuma de las cataratas de Ítaca, congelada y derretida en una cuerda». Y ha sido precisamente esta frase con la que comenzamos nuestra ruta de navegación en los talleres de escritura de Tordesillas y Ciguñuela.
Aquí os dejamos algunos de los ejercicios que salieron de ese taller.




Espuma de las cataratas de Ítaca, congelada y derretida en una cuerda

Aún guardo su imagen rozagante en mi memoria.
Las lágrimas desbordaban los ojos de Penélope cuando me vio partir.
Sus rizos flotaban al viento con efervescencias marineras,
y yo no dudé en pedirle que esperara mi regreso.
Quienes se decían mis amigos no han temido acosarla
durante estos largos años en los que mi vida,
como cuerda al viento, se bamboleaba.
¡Cuánta sangre derramada, derretida, congelada
han contemplado mis ojos!
Telémaco, hijo, ¿será también sangriento mi regreso a Ítaca?
Ulises

Margarita Gómez (Ciguñuela)  
                    


La veo pasar

La veo pasar cada día. Sus pasos son lentos, torpes y vacilantes. Sus ojos azules cual despejado cielo en un amanecer veraniego. Su pelo largo, gris plateado, recogido en una especie de cola, me recuerda la congelada catarata de Ítaca. Lo lleva sujeto con una cinta blanca que yo asocio sin saber, porque es la cuerda que se utiliza para atar los legajos. Para alguien de su edad serán recuerdos, vivencias, alegrías y quizá algún desengaño. Su triste mirada me hace presuponer que ella preferiría que se hiciesen espuma y así, derretidos, resbalasen por la cuerda. Nunca he oído su voz, pero debe ser suave y bien modulada. No sé quién es, yo solo... la veo pasar. 

Pilar Jiménez (Simancas)




Espuma de la cataratas de Ítaca, congelada y derretida en una cuerda

Había llegado cansada, estaba deseando quitarse los zapatos y tomar un baño relajante para sus doloridos pies. No es que hubiese demasiado, al contrario, había tomado el tren y solo se había levantado un par de veces para dar una vuelta por el pasillo del vagón y desentumecer las piernas. Pero el estar demasiado tiempo sentada hacía que sus pies parecieran magdalenas recién horneadas rebosando por el molde. 
Todos estaban allí para recibirla y saludarla. Una vez al año pasaba unos días con ellos. Ella estaba segura de que la apreciaban, que la tenían cariño, pero lo que estaban esperando, sobre todo, eran sus detalles. Siempre traía la maleta llena, había pensado en todos, no quería olvidar a ninguno. Abrió el equipaje para buscar sus confortables zapatillas, pero los ojos de los más pequeños se abalanzaron ávidamente sobre ella. No pudo resistir aquellas miradas impacientes. Dejó su bienestar para más tarde. Empezó a sacar y sacar. 
―Esto es para ti; sé que en invierno hace mucho frío. ―Y colgó a Nicolás una bufanda en torno al cuello. 
―Ah, esto es mi ropa… y mis zapatillas. 
―Toma, María, este vestidito para la fiesta te vendrá estupendamente. 
Y así para cada uno de los que allí estaban. Únicamente quedaba sin recibir su obsequio Mica. 
―No me he olvidado de ti. Toma… Espuma de las cataratas de Ítaca congelada y derretida en una cuerda. 

Elena María Olmedo (Geria) 


Espuma de las cataratas de Ítaca, congelada y derretida en una cuerda

Polvo de las alas de las mariposas monarcas espolvoreado sobre la mesa. Aire de los cráteres olvidados de la luna. Luz de velas de la mezquita azul alfombrando la oscuridad. Mil y una historias de Sherezade enredadas en sábanas de blanco satén. Besos perdidos de enamorados eternos acompañarán tus sueños, amor mío. Duerme, duerme y deja que mientras te cuente un cuento… Espuma de las cataratas…

Rosa Martínez (Tordesillas)
Fotografías de la exposición Castillos en el Aire, de Hans Haacke. Más información en http://www.contemporaryartdaily.com/2012/04/hans-haacke-at-museo-reina-sofia/