domingo, 19 de enero de 2014

Una mujer pobre aprende a escribir



Está en cuclillas, los pies desnudos,
abiertos, sin
gracia; la falda metida alrededor de los tobillos.
.
Tiene la cara marchita y agrietada.
Parece vieja,
más vieja que nadie.
.
Probablemente tiene treinta años.
Sus manos, también arrugadas y agrietadas,

garabatean con torpeza. Su pelo está escondido.
.
Escribe con un palo, laboriosamente,

en la tierra húmeda y gris,
mientras frunce, con ansiedad, el ceño.
.
Escribe letras grandes, anchas.
Ahí está, terminada,
su primera palabra hasta ahora.
.
Nunca pensó que podría hacerlo,
ella, no.
Eso era para otros.
.
Mira hacia arriba, sonríe
como disculpándose,
pero no lo hace; esta vez, no; ahora sí lo hizo bien.
.
¿Qué está escrito en el barro?
Su nombre. No podemos leerlo.
Pero lo podemos adivinar. Mira su cara:
¿Es una Flor gozosa? ¿Radiante? ¿Sol reflejado en el Agua?



La escritora es Margaret Atwood (Canadá, 1939); prolífica poetisa, novelista, guionista y crítica literaria. Tiene, entre otros muchos galardones, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
El poema, aquí, es solo una disculpa para reflexionar sobre la importancia de la escritura. ¿Por qué necesitamos leer? ¿Por qué necesitamos escribir?
Cada uno de nosotros, cuando lee, se alimenta de todo aquello que podría haber sentido o vivido, pero que no le sucedió, no a él. De la misma forma, cada uno de nosotros cuando escribe alimenta a todo aquel que le descifra. Por eso crecemos cuando leemos.