Meses después del fallo del jurado del IX Concurso
Literario Villa del Duero, ya tenemos en cocina la revista que recoge los
relatos, poemas y micros premiados. Las ilustraciones de la portada y
la contraportada son de Juan Luis López Anaya, quien desde hace unos años nos
regala generosamente sus dibujos para el díptico y la revista del concurso.
Os dejamos el primer premio de relato, para ir abriendo boca:
INTERFERENCIAS
INTERFERENCIAS
A veces soy un hombre.
Un hombre de Borneo ―cuando Borneo estaba más al norte―. Sería alguien vulgar sino fuera por mis tobillos y muñecas, atípicos, gordos, que siempre llamaron extraordinariamente la atención. Soy raro. Mi madre decía que era culpa de una interferencia. Yo la miraba e inquiría: «¿Qué es eso?». Y ella me decía que era cosa de la providencia, y a eso se ceñía siempre su respuesta. Nunca llegué a comprender qué era la providencia y por qué me había elegido a mí, pero ahora tengo la vaga impresión de que pronto nos veremos las caras y ajustaremos cuentas.
Está al caer la noche más larga. Unas cuarenta y cuatro veces he sido su testigo y, según parece, nadie de por aquí ha sido tan longevo. Sigo siendo raro. Siempre tuve miedo de esta noche, de que no se acabara y de no volver a ver la luz del día. Pero ahora, sin apenas fuerzas, voy de frente a ella.
No sé exactamente cuántos días hace que inicié mi última aventura. Incapaz de impulsarme por mí mismo, he delegado en el río, y a mí no me queda ya más mérito que esperar, arrebujado en esta vieja chalupa, río abajo.
Las horas son cada vez más lentas, más penosas, y mi cuerpo y mi mente se retuercen de impaciente angustia mientras las aves carroñeras, ávidas, cada vez se acercan más a mis ojos; yo instintivamente los cierro, aprieto muy fuerte y acudo a mi memoria, tan gorda como mis muñecas, y voy desgajando recuerdos a capricho, sin orden lógico, pero siempre interfiere uno: es la mirada de mi hijo, incapaz de decirme lo que yo ya sé. No puede seguir cargando con este viejo inválido sin poner en serio peligro a su familia. Esa noche no hubo palabras solemnes, solo nos dijimos: «Este invierno va a ser largo», sí, largo.
A veces soy un elefante.
Un elefante de río. Y allí como lo que pillo. A veces salgo a la orilla para comer hierbas y hojas de árboles hasta que mis débiles tobillos se quejan y vuelvo al agua, donde el dolor se cohíbe, y me dejo llevar. En el río no se puede hacer mucho más. Hundirte. Pensar. Recordar. Aunque, inexplicablemente, para lo grande que soy solo tengo sitio para un recuerdo: yo estoy junto a mi madre con más elefantes alrededor, pero estos cada vez van más lejos. Mi madre me empuja con mucho mimo para intentar avanzar, pero mis tobillos son muy delgados y cada día les cuesta más soportarme. Un día fue especialmente tormentoso para mí, solo me quería tumbar. Cuando ese día estaba cerrando, mi madre se desvió de la senda sin hacer mucho ruido. Entonces todo empezó a ser oscuro y abrupto y mi madre no paraba y yo, muy asustado, trataba de no perderla, cuando de repente algo me empujó o el suelo se abrió y mis cansadas patas caían y mi cuerpo daba volteretas en el aire, y al final, un gran chooof. Algo en mi espalda se clavó.
A veces soy agua.
Agua influyente. No. Esa no es la palabra. Agua no fluyente, estancada, agua sobrante que quedó apartada del río, en una charca, encerrada sin más, un día y otro y otro más. Agua solitaria y cada vez más emponzoñada. Apenas hay ya vida aquí. Solo alguna rana despistada salta dentro, pero inmediatamente se va. ¡Qué pena que las ranas no pesen cinco mil kilos! Y así devolverme a la vida que fluye ahí enfrente.
A veces soy piedra.
Una piedra deprimida. En el fondo del río, donde infinitas monótonas horas me irán lamiendo y, sin apenas percibirlo, transportando hacia aguas abiertas, hacia el mar, hacia el océano, hacia la inmensidad invertida del cosmos, donde seré juguete de poderosas olas que me traerán y me llevarán, que me llevarán y me traerán, hasta que un día se cansen y me traigan a una playa de Porto y ya no me lleven. Soy un pequeño canto rodado, del color índigo de un oscuro anochecer, con un pulido único y un tacto extrasuave. Puedo contener trazas de un hombre, de un elefante, de un agua… A veces soy… como no quiero ser. A veces te quiero decir… A veces quiero escribir… pero no puedo. Entonces me aferro a mi piedra favorita, cierro los ojos, la froto y espero… A veces soy viento. Y te envuelvo y te soplo y te cuento…
Silvia Mancha de la Fuente (Ciguñuela).
Y quienes estéis interesados en adquirir dibujos de este ilustrador que hemos nombrado, lo podéis hacer en este enlace: http://dididibujos.blogspot.com.es/2013/11/los-dibujos-quieren-volar.html
(Gracias por todo, Juanlu).
A veces soy un elefante.
Un elefante de río. Y allí como lo que pillo. A veces salgo a la orilla para comer hierbas y hojas de árboles hasta que mis débiles tobillos se quejan y vuelvo al agua, donde el dolor se cohíbe, y me dejo llevar. En el río no se puede hacer mucho más. Hundirte. Pensar. Recordar. Aunque, inexplicablemente, para lo grande que soy solo tengo sitio para un recuerdo: yo estoy junto a mi madre con más elefantes alrededor, pero estos cada vez van más lejos. Mi madre me empuja con mucho mimo para intentar avanzar, pero mis tobillos son muy delgados y cada día les cuesta más soportarme. Un día fue especialmente tormentoso para mí, solo me quería tumbar. Cuando ese día estaba cerrando, mi madre se desvió de la senda sin hacer mucho ruido. Entonces todo empezó a ser oscuro y abrupto y mi madre no paraba y yo, muy asustado, trataba de no perderla, cuando de repente algo me empujó o el suelo se abrió y mis cansadas patas caían y mi cuerpo daba volteretas en el aire, y al final, un gran chooof. Algo en mi espalda se clavó.
A veces soy agua.
Agua influyente. No. Esa no es la palabra. Agua no fluyente, estancada, agua sobrante que quedó apartada del río, en una charca, encerrada sin más, un día y otro y otro más. Agua solitaria y cada vez más emponzoñada. Apenas hay ya vida aquí. Solo alguna rana despistada salta dentro, pero inmediatamente se va. ¡Qué pena que las ranas no pesen cinco mil kilos! Y así devolverme a la vida que fluye ahí enfrente.
A veces soy piedra.
Una piedra deprimida. En el fondo del río, donde infinitas monótonas horas me irán lamiendo y, sin apenas percibirlo, transportando hacia aguas abiertas, hacia el mar, hacia el océano, hacia la inmensidad invertida del cosmos, donde seré juguete de poderosas olas que me traerán y me llevarán, que me llevarán y me traerán, hasta que un día se cansen y me traigan a una playa de Porto y ya no me lleven. Soy un pequeño canto rodado, del color índigo de un oscuro anochecer, con un pulido único y un tacto extrasuave. Puedo contener trazas de un hombre, de un elefante, de un agua… A veces soy… como no quiero ser. A veces te quiero decir… A veces quiero escribir… pero no puedo. Entonces me aferro a mi piedra favorita, cierro los ojos, la froto y espero… A veces soy viento. Y te envuelvo y te soplo y te cuento…
Silvia Mancha de la Fuente (Ciguñuela).
Y quienes estéis interesados en adquirir dibujos de este ilustrador que hemos nombrado, lo podéis hacer en este enlace: http://dididibujos.blogspot.com.es/2013/11/los-dibujos-quieren-volar.html
(Gracias por todo, Juanlu).