jueves, 2 de junio de 2022

El correo del mar (II)

En los talleres, además de los trabajos que realizamos cada sesión, como el que compartimos en nuestro primer podcast, también tenemos un cuaderno que llamamos «El correo del mar». Funciona a modo de cuaderno viajero y cada una de las olas se van turnando el trabajo de escribir.

Desde aquí vamos a compartir el texto de esta semana, cuyo autor es Fernando del Soto (Tordesillas). Nos muestra muy bien la sensación de flotar en el agua y sentirse, de alguna manera, a la deriva. Esperamos vuestros los comentarios...






7 comentarios:

  1. Leo y releo y cada lectura es más edificante que la anterior. Me encanta formar parte de la tripulación . Y también, cómo no, he oído a los pájaros riéndose de mi, he tenido los labios cuarteados. Todo y nada nuevo bajo el sol. Un saludo a todas las Olas.
    Alex

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  2. Buen paralelismo el que nos presentas y cargado de esperanza.
    Ojalá encontremos siempre un barco al que asirnos cuando nos creamos a la deriva.

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  3. El peso de la memoria

    No recuerdo mi infancia como una línea temporal de sucesos, retahíla con sentido de continuidad. Más bien, viene a mi mente como la historia de la humanidad que me enseñaron: hechos importantes sin conexión unos con otros, civilizaciones aisladas, acontecimientos aparentemente desconectados.
    Ahora, que creo en las causas y los efectos; ahora, que entiendo la historia de la humanidad de otra manera, busco mis capas más allá de la materia.
    En mi memoria hay un abanico de vivencias pequeñas y cerradas cuya trascendencia a veces se me escapa. Sé que puedo ir al pasado a voluntad, y verme sentada en el suelo de una casa sobre una alfombra o manta; estoy jugando, mi madre cose y mi padre lee para nosotros Genoveva de Brabante; tendré unos cinco años. Eso lo calculo más tarde. Mi hermana aún no ha nacido, pero nacerá pronto. Lo sé porque vino al mundo en esa casa en la que apenas pasamos un año. Noto la tristeza que me produce la novela de la Brabante. Es posible que sea mi primitiva sensación con conciencia de tristeza. La tristeza siempre fue granate, como las pastas de Genoveva.
    Pero ese no es mi primer recuerdo, tengo otros anteriores a Genoveva. Todos ellos se localizan físicamente en algún sitio, el espacio parece ser importante en mi mundo. Los puedo ubicar en la casa, la calle, la iglesia, el corral, el altillo, el gallinero, la fuente, la alameda con su cruz de mayo … Además, todos tienen una carga emocional (risas, alegría, juegos, miedo); un olor (el rosal y la higuera juntos, el jabón, la cera de cirios encendidos, la colonia de mi madre); un tacto (el papel, el agua, la cera blanda y caliente, el adobe) …
    Mi primera evocación, tangible y nítida, la sitúo también en una casa, la de mis abuelos paternos. No sé qué edad tengo, tal vez tres años. La luz, que entra por la ventana del patio, llena la habitación. Estoy en la cuna, de pie, saltando; entra mi padre y me hace una broma y yo me río; y sigo saltando. Siento que ése es el momento en el que la risa toma forma en mi cabeza en construcción.
    Esta casa de mis abuelos, donde nací, también está asociada en mi pasado a las actividades grupales. Al verano y las tardes en la puerta donde las vecinas sacaban las sillas y se sentaban a la sombra a coser, bordar, hacer braguitas de punto o a hablar.
    La casa, la casa grande y yo chiquita, tiene un invierno en el que se hace la matanza. Mi hermano y yo en cortos recorridos llevábamos a los vecinos más próximos un plato con algo del cerdo sacrificado, no sé qué llevábamos, lo prepara nuestra madre y lo cubre con una especie de tejido blanco de grasa del animal. La sangre escurre del plato. Veo la mancha en mi abrigo de pana amarillo; probablemente estrenado ese año o ese día. Me gustaba el corto abrigo amarillo y su tacto suave de pana, hecho por mi madre como el resto de mi ropa. Me inicio en las responsabilidades bajo la vigilancia de un hermano mayor. La responsabilidad tiene tacto aterciopelado y paladar a sangrecilla cuajada y caliente. Ya no tomo sangrecilla, pero le sigo teniendo un aprecio especial a la pana.

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  4. Sé que la fraternidad habita en una cama grande en la que doy brincos con mis dos hermanos mayores, aún no tengo hermanos pequeños, la pequeña sigo siendo yo. Tenemos sarampión. Descubrimiento de la enfermedad, génesis del concepto de dolencia grabado como diversión y juego. Mis hermanos que por voluntad propia no me hacían mucho caso, en esa ocasión, por prescripción médica, tenían que estar conmigo todo el día, todo el tiempo. Ya de mayor, gracias a las anécdotas familiares, supe que fueron ellos los que contrajeron antes la enfermedad, y que el médico pensó que era una buena idea pasarla los tres a la vez; muy de “más económico en envase familiar”. Si tuve fiebre o lo pasé mal no me dejó huella, tuvo más peso el ser aceptada en la hermandad. Más tiempo me llevó aprender que fraternidad es igual de importante que sororidad porque a las cosas de mujeres se les negaba el nombre y, sin él, la existencia.
    Hoy estoy introspectiva. La causa, un libro de título raro leído recientemente (“Metafísica de los tubos” de Amélie Nothomb) que me condujo, a través de los recuerdos, a preguntarme qué sé de mí.
    A la vuelta de la navegación por los océanos infantiles, desde la península de la madurez, quiero creer que soy una historia en movimiento embarcada desde una casa de un pueblo isla entre mares de cebada y trigo, que surca el tiempo; y, de la misma forma que soy carbono, calcio, hierro, hidrógeno… sistema nervioso, circulatorio, aparato digestivo… también soy alegría, tristeza, risa, sororidad… Soy materia analizable y soy onda de frecuencia variable, que pasa del amarillo al granate.

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    1. Gracias, Ana por compartir tu navegación vivida. Hace unos días escuché en la Feria del Libro a John Banville que se interrogaba por qué tenemos unos recuerdos y no otros. Es emocionante escuchar tu relato del granate al amarillo...

      Desde aquí

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  5. El previo a " Nada" de Carmen Laforet

    Quizá fuera mi pensión de orfandad,o la herencia de mis padres ,pues una primitiva no sería muy creíble en la posguerra ,pero lo cierto es que me vi enrolada en ese barco rumbo a Barcelona con mi única compañera de asa y sin ruedas.
    La lisura de las aguas pronto se encresparon y mis manos ya nunca dejaron de palpar las paredes de cada estancia ,pues el vaivén era cada vez más fuerte .
    La casualidad actuó ,nos rozó e hizo que nuestros sentimientos se disparan al instante .
    En cubierta, a su lado ,el tiempo parecía no tener fin.
    Me cautivaba todo sus ojos, su sonrisa ,su saber estar. Me sentía atrapada dulce y gratamente.
    Los días pasaron y el tiempo compartido llegó a su fin.
    Así es como despertaste mi otro lado para siempre, Lucía .

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    1. Gracias, Alfonso. Feliz verano, que disfrutes tus travesías. Abrazos.

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