martes, 4 de noviembre de 2025

Historias de clase

Una de las olas de este mar tomó prestado el título nada menos que a Buero Vallejo para escribir este ejercicio sobre la creación de personajes y descripciones. Os dejamos su texto por aquí para que hagáis los comentarios que os apetezcan.


HISTORIA DE UNA ESCALERA 


Recuerdo, como si fuera hoy, el día que llegamos a nuestro piso de Argüelles. Tendría unos cinco años casi recién cumplidos. Después de un cansado viaje desde Cádiz, llegamos con un cargamento de maletas que llenaba casi toda la amplia acera. Plantado delante del portal, me quedé boquiabierto mirando el enorme portón de hierro y cristal que teníamos que atravesar para entrar en el edificio. Me pareció la puerta de un palacio, pues estaba lleno de hierros retorcidos que formaban figuras imposibles. Coronando la puerta estaba escrito «treinta y siete» en números romanos. Era de cuatro plantas, con muchos balcones a la calle principal.

No creo que pudiera ayudar demasiado a mis padres con las maletas, pues el baúl más pequeño era de mi altura. Nos abrió un hombre bajito, arrugado y muy delgado, que vestía una gorra gris de plato, traje del mismo color, camisa blanca y corbata negra. Resultó ser el portero. Tenía una enorme nariz que parecía postiza y, debajo, un bigote recto y fino como un desfile de hormigas bien alineadas.

—Usted debe de ser el teniente Buero, ¿verdad? Soy Rogelio Fernández, para servirle a usted, el portero de esta finca y su humilde servidor. Don Leonardo le pide disculpas por no recibirles en persona, pero unos asuntos urgentes de última hora le han obligado a iniciar un viaje de dos días —dijo ceremonioso el hombrecito—. No tengan cuidado, me dejó las llaves de su piso. Pasen, por favor, que yo me ocuparé del equipaje.

Dentro ya del portal encontramos un recibidor relativamente amplio y, subiendo un par de peldaños, dos puertas batientes que daban acceso a otra estancia mucho más grande y alargada. En mitad de esta, un par de sofás enormes. La boca se me habría cada vez más, sorprendido. Miraba hacia el techo, el más alto que jamás había visto. Parecía un cielo con molduras imposibles y dos lámparas enormes que iluminaban la estancia. Mi madre se agachó para darme un beso, pues me veía muy emocionado.

El ruido a metal de unos engranajes llamó mi atención. Provenía de una puerta con botones de colores. Se veía cómo desde arriba una enorme caja metálica bajaba hasta el suelo. Aquello me pareció extraordinario: el primer ascensor que había visto en mi vida. Me quedé embobado al comprobar que de la puerta salían dos señoras bien vestidas, con sendos bolsos en ristre, y se dirigían hacia la salida del portal. Mi sensación fue como ver una teletransportación en directo.

A la izquierda del ascensor arrancaba una amplia escalera de escalones bajos y desgastados, de un mármol blanco poroso. Miré hacia arriba para ver hasta dónde llegaba y me parecieron las escalinatas mágicas de los cuentos. Al otro lado del ascensor había otra puerta, no tan alta, con un cartel que ponía «PORTERÍA». En ese mismo instante se abrió la puerta y apareció una joven sonriente, con el pelo recogido en un moño italiano. Llevaba un vestido tan ajustado que su escote rebosaba a carne abierta.

—Buenos días, señores. Bienvenidos a esta su casa. Mi nombre es Dolores, y a mi marido ya lo han conocido. Además de portero de esta finca es sereno en Carabanchel Bajo. Después subiré a su nuevo hogar, señora, por si puedo ayudarle en algo. Los traslados de casa son laboriosos. Cualquier cosa que necesiten, siempre estamos a su servicio.

Decidí arriesgarme y subir por las escaleras y, sin pedir permiso, arranqué al trote. Me agarré a la barandilla robusta de madera noble y fui subiendo sin mucho esfuerzo hasta el primer descanso que había entre los dos pisos. Desde allí pude admirar la estructura del ascensor. Estaba encerrado en una caja cuadrada de rejas tan alta que se perdía por el enorme hueco de la escalera hacia arriba. Creo que mi madre estuvo largo rato llamándome. Yo, tan absorto en mis descubrimientos, ni me enteré.

El caso es que pronto nos habituamos al nuevo piso, al barrio. Estaba encantado con todas las sorpresas de nuestra nueva casa.

Todavía tardé en empezar a ir a la escuela, pues no tenía la edad. Mi mayor entretenimiento consistía en que, cuando podía, me escapaba al rellano para espiar por el hueco de la escalera. Como mi madre estaba siempre liada con sus costuras, no me costaba demasiado sortear su vigilancia, dejar una silla como obstáculo para que no se cerrara la puerta principal y salir a inspeccionar. Hasta el ascensor llegaba la barandilla y me sentaba dejando descolgar las piernecitas en el vacío; me agarraba con las manos a las barras y metía la cabecita entre los barrotes para mirar hacia abajo.

Pronto descubrí lo divertido que era el ajetreo que se formaba en el vecindario a primera hora de la mañana, cuando la mayoría de la gente iba a trabajar. Coincidían muchos en la salida. Algunos optaban por el ascensor, salvo los del primero, que rara vez lo hacían, pues tardaban más en esperar al ascensor que en bajar por las escaleras hasta la calle. Había cuatro puertas en cada piso; sin embargo, no había muchos pisos con niños con los que yo pudiera jugar, pero eso nunca me importó demasiado.

Mi jornada de vigía empezaba con la salida de mi padre para trabajar. Como yo siempre he sido muy madrugador, salíamos mi madre y yo a despedirle a la puerta. Mi padre, con su traje elegante de militar, bajaba impecable andando por las escaleras. Desde arriba le tirábamos besos, que recogía con habilidad simulando que los guardaba en el bolsillo. Hasta que llegaba a la planta baja y allí le esperaba la salutación reverencial del portero, con su gorra de plato y su uniforme habitual.

A mi padre le seguían todos los días, en el mismo orden, estos vecinos: el arquitecto del primero D; la telefonista del segundo B y las hermanas maestras que vivían en nuestro piso, pero en la letra A. Algunos días, a esa primera hora, también aparecía Dolores regalando alegría matutina a los vecinos madrugadores.

Me gustaba ver las manos que seguían el pasamanos formando una espiral en su bajada. La segunda concurrencia del día era en torno a las nueve de la mañana: la salida de los niños a la escuela. Los primeros eran siempre los trillizos del primero, que salían en tropel a voz en grito exasperando a su pobre abuela, que los tenía que acompañar hasta su colegio. Después, el resto de los infantes, sin ningún orden.

Pero a las nueve y veintitrés llegaba puntual el momento más emocionante del día: don Andrés, el abogado que vivía encima de nosotros, pulsaba el botón de llamada del ascensor y comenzaba ese sonido del engranaje perfecto. La rueda hacía subir el cable estante que sostenía el ascensor hasta el cuarto piso. Paraba abruptamente y el abogado, con cierta parsimonia, hacía sonar el clic de la apertura de la puerta y las dos de las puertas de seguridad interiores. Pulsaba el botón de nuevo y las ruedas se ponían en marcha para hacer bajar la caja del ascensor hasta el bajo.

Sobre el mediodía solía salir, para dar el paseo matutino, la señora marquesa doña Urraca. Esta escuchaba indiferente las halagadoras palabras con que le obsequiaba cada mañana Rogelio, el portero, mientras se adelantaba para abrirle las puertas a tan egregia señora.

Cuando aprendí a escribir, comencé un pequeño diario de los movimientos de la escalera del vecindario. No creo que mi madre se enterara de mis salidas continuas para tomar nota de la actualidad ascendente y descendente de las escaleras. Anotaba el día, el mes, el año y comencé a apuntar también las horas, las incidencias, las variaciones. Había una señora mayor, doña Rogelia, de la que poco sabíamos, salvo que espiaba a través de la mirilla de su puerta los movimientos del vecindario cada vez que escuchaba pasos por su rellano.

Descubrí que la chica repipi del primero B y el chavalito del segundo C se encontraban a escondidas en el descanso de la escalera, entre los dos pisos. Veía como entrelazaban las manos, apoyadas sobre la barandilla, y después desaparecían en la oscuridad envueltos en sonidos indescifrables, parecidos a los gemidos de los gatos.

Algunas veces veía desde arriba, en el hueco de la escalera, a la mujer del portero, quien, a sabiendas, se encontraba con algún vecino para departir sobre cualquier cosa o sobre las noticias. Como siempre se exhibía generosa, se me ocurrió que desde mi altura podía tirarle miguitas de pan para ver cuántas podía encestar en su escote. Algunos días, al darse cuenta de mi buena puntería (no siempre me daba tiempo de esconderme sin que descubriera al culpable del lanzamiento), miraba hacia arriba con celeridad y me pillaba infraganti. Con la cara encendida, comenzaba a mover la cabeza simulando enfado.

—¡Míralo al niño, qué picarón! Como suba ahí, ya verás. Se lo contaré a tu padre cuando lo vea.

Hacía tiempo que mi padre había vuelto a fumar y antes de dormir cogía el abrigo y salía a la calle a pasear y echar un par de cigarros antes de descansar. Nunca le vi coger el ascensor para bajar. Sí lo hacía para subir a casa. Yo, aprovechando que mi madre estaba recogiendo la cena, un día salí como el espía profesional que era para ver cómo salía a fumar mi padre. Veía cómo se colocaba los guantes, cómo se deslizaban sus manos robustas por el pasamanos... Y, al llegar a la planta baja, aquel día debió de distraerse, pues en lugar de salir en dirección a la calle continuó hacia la portería. Pensé que cuando subiera tenía que advertirle de su error, pero inmediatamente me di cuenta de que estaba en misión secreta y no podía desvelar la voz de espionaje.

A los dos días volvió a confundirse de dirección. Estaba convencido de que la portera le estaba contando a mi padre lo de las miguitas de pan. Con el susto en el cuerpo, dejé en este punto mi labor de seguimiento nocturno, no fuera que encima me descubriera mi padre espiándole. Es cierto que Dolores desde entonces comenzó a portarse mucho más cariñosa conmigo. Cuando me descuidaba me estrechaba con los brazos contra su generoso cuerpo, casi hasta la asfixia, y me pellizcaba los mofletes mientras me decía:

—¡Ay, qué guapo es mi niño Antoñito!

Comoquiera que ya había aprendido a escribir con cierta fluidez, empecé a inventarme escenas basadas en mi experiencia como investigador privado de mi escalera. Casi he terminado todo el cuaderno de anotaciones. Tengo que acordarme de pedirle a mi madre que me compre otro nuevo.

El caso es que, en las últimas semanas, la situación en casa ha cambiado. Desde el día que los escuché discutir a mis padres en la habitación de al lado, las desavenencias han sido continuas. Han intentado disimular, pero mi olfato investigador nunca me ha fallado. No me han dado muchas explicaciones, pero estamos ahora de nuevo invadiendo la acera con todo nuestro equipaje, esperando a que la furgoneta de mudanzas nos traslade a una nueva casa. Rogelio nos ha ayudado, como siempre, con el equipaje y ha salido al portal a despedirnos disculpando la ausencia de Dolores, pues se encontraba indispuesta. Echaré siempre de menos este edificio y, en especial, mi escalera. Han sido unos cuantos años maravillosos en los que aprendí el oficio de pequeño detective.

Mi madre me dice que la nueva casa tiene también ascensor y un patio interior donde juegan los niños. Creo que lo dice para animarme. Estoy triste por un lado, pero empiezo a pensar en las nuevas aventuras con las que podré llenar mi nuevo cuaderno de escalera.

 

                    Víctor Lorenzo Negro

 



miércoles, 8 de octubre de 2025

PRACTICANDO

Ya hemos comenzado el curso en los diferentes mares. Al ser el primer año de la nao de Boecillo, vamos a compartir un ejercicio de una ola de allí para vuestro disfrute y comentarios.


                                                        La tía Querencia

Ayer recordé el día en que la tía Querencia perdió la cabeza. Aquel día entré en la cocina y me la encontré sentada en el taburete con las manos en el regazo, sobre el delantal. La verdad es que solo estaba sentado su cuerpo, de la cabeza no había ni rastro. Esa cabeza, que parecía una patata arrugada coronada por una mata de pelo largo, que ella se teñía con tinte de hulla, no estaba sobre sus hombros, pero tampoco la había dejado apoyada en la encimera ni colgaba de los ganchos para el embutido como las otras veces. Ya se lo decía mi madre, la su hermana: «Queren, pon los pies en la tierra, que cualquier día pierdes la cabeza, mujer».

«Tía, ¿dónde está su cabeza?», grité. Ella no contestó. Me sentí estúpido. Claro, ¿cómo iba a responder si no tenía orejas para oír ni boca para hablar? Me acerqué a ella y le apoyé una mano sobre el hombro, suave, no quería asustarla. Ella, su cuerpo, dio un respingo, pero pronto se tranquilizó cuando me tocó los dedos y comprobó que era yo y no cualquier desaprensivo o bandolero que hubiera entrado a vaciarle la despensa. Con unos golpecitos que parecían los brincos de un saltamontes, llevó la mano a mi cara y me hizo una mamola. Era su sobrino preferido. Bueno, era su único sobrino. Pero siempre me quiso mucho, lo sé. Después empezó a gesticular con las manos como si fuera la Lola Flores, o como si espantase un moscón inexistente. Entendí lo que me quería decir: que encontrase la cabeza, que tenía un montón de cosas que hacer. No había tiempo para estar allí parada, a la sopa boba. Así me dijo, hablando con las manos, o eso interpreté yo. Solíamos jugar a hablar con las manos cuando yo era guaje. De modo que, después de revisar la alacena, salí al pasillo a buscar la cabeza perdida. Eso sí, antes apagué la luz de la cocina, que poco la necesitaba, y dejé al cuerpo de la tía Queren allí sentado. A la luz del horno se me asemejó a una garrafa de vino a la que le hubieran quitado el corcho.

Recorrí la casa varias veces, de arriba abajo. La cabeza no apareció. Y de verdad que no era tan grande. La casa, claro, aunque la cabeza tampoco. Miré en la habitación, incluso en el armario y debajo de la cama. Entré en la salita, lo revisé todo y, al final, levanté el cojín del sillón donde le gustaba sentarse a ver la telenovela. Allí había encontrado otras veces monedas perdidas, galletas u otros restos de comida. En una ocasión, hasta apareció un álbum de cromos de El capitán Trueno, que creía que mi madre había tirado. Nada, tampoco estaba allí la cabeza de la tía. Removí la estantería de los libros del abuelo (menuda polvareda monté) y abrí todos los cajones habidos y por haber, sin resultado. Un poco avergonzado, llegué a mirar dentro del váter por si se le había caído después de estar un rato sentada haciendo fuerza. Nada.

Estaba ya por tirar la toalla cuando me llegó un olor a pelo quemado y vi que un humo grisáceo gusaneaba por el techo del pasillo. Venteando el aire y siguiendo el zarcillo de hollín cual perro pachón, llegué a la cocina. A mi tía casi ni se la distinguía en medio de la humareda. Con los ojos llorosos y la nariz goteando del picor, me di cuenta de lo que pasaba. Abrí el horno y saqué la cabeza. Me quemé, pero mereció la pena. De la fabulosa mata de pelo de mi tía no quedaba nada, había ardido en un fuego avivado por el combustible del tinte que usaba. Aun así, la cabeza estaba más o menos intacta, aunque olía a churrasco y parecía una patata asada. Una vez remojada bajo el grifo, se la enrosqué con mucho cuidado y, ¡tachán! Mi tía se deshizo en besos y abrazos hacia mi persona, su sobrino preferido, y acto seguido se puso con la comida, que tenía mucha tarea. 

Nunca le volvió a salir el pelo, se pasó el resto de su vida alternando pelucas de Harpo Marx con pañuelos a lo doña Rogelia.

Recuerdo a mi madre, que me decía siempre: «Leo, pon los pies en la tierra, que estás en Babia. Cada vez te pareces más a la tu tía». Qué razón tenía la pobre. Ayer me acordé de cuando la tía Querencia perdió la cabeza. Sí, ayer, después de perder yo la cabeza mientras estaba embobado pensando en las musarañas. Y sí, la he buscado hasta en el horno, pero todavía no ha aparecido.

                                                                                                                                        Daniel

lunes, 15 de septiembre de 2025

ZARPAMOS

Comienza una nueva navegación con cinco naos correspondientes a los municipios de Boecillo, Ciguñuela, Tordesillas, Villanubla y Viloria. Todos ellos en la provincia de Valladolid.

Como en toda singladura, descubriremos diferentes estilos literarios a través de algunas lecturas. Estas serán varias islas que visitaremos, aunque en nuestros talleres también hablaremos de poesía, ¡Cómo no! En este primer trimestre será la poeta Miriam Reyes, Premio Nacional de Poesía 2025, y su poemario Con.





lunes, 23 de junio de 2025

LLEGANDO A PUERTO

El tercer trimestre ha pasado volando. Durante la navegación nos hemos encontrado con una salida a Becerril y a Paredes de Nava, donde hemos visitado el Museo del Cuento y la Ciencia y la estupenda Casa de los Títeres, que tantas carcajadas produjo en los diferentes grupos.

Para terminar el trimestre tuvimos la entrega de premios del II Certamen Literario Ricardo Enjuto Ruano, que se celebró en el castillo de Fuensaldaña. Todos los participantes recibieron el obsequio de un taller de escritura creativa a cargo de la profesional en la materia M.ª Ángeles Jiménez. Posteriormente, la gala de premios tuvo lugar en el antiguo hemiciclo de las Cortes de la Junta de Castilla y León y terminamos con un café-tertulia, del agrado de todo el público asistente.

Este año el jurado estuvo compuesto por las siguientes personas:

  • D. Ricardo Bedera
  • D. Fernando Vicente
  • D.ª María José Larena
  • D.ª Gemma Escribano
Los textos premiados serán publicados al inicio del siguiente curso. Aquí os dejamos una imagen del día, en el que un año más recordamos a nuestro compañero y amigo Ricardo Enjuto, cuyas huellas literarias continúan siempre presentes en nuestras navegaciones.


Agradecemos a las olas de todos los mares que nos han acompañado este curso y dejamos abierto este espacio durante el verano para que podáis compartir, en la parte de los comentarios, los textos que os plazcan, bien de los realizados en las últimas semanas en clase o nuevas letras que salgan de vuestras plumas veraniegas.

Muchísimas gracias y buena mar.

lunes, 7 de abril de 2025

SEGUNDO TRIMESTRE

Estamos finalizando el segundo trimestre del curso. Hemos hecho un montón de actividades en el taller, entre las que destacamos la presencia del poeta Ricardo Bedera, quien nos regaló uno de sus poemarios: Pájaros amarillos. Fue una tarde de reencuentro con la poesía y con esa manera de observar el otro lado de la realidad de quienes se consideran más poetas que narradores.

También hemos tenido la suerte de conocer que la novela que leímos al principio del taller, con el título Dice la sangre, de Rubén Abella, editada por Menos Cuarto, ha recibido el Premio de la Crítica de Castilla y León, junto con una poeta palentina a la que leeremos y comentaremos su obra el próximo curso.

Mientras tanto, se presentaron los trabajos del II Certamen Literario Ricardo Enjuto. Ahora están en manos del jurado. Os iremos informando.

Pronto iniciaremos el periodo vacacional correspondiente a la Semana Santa. Para este trayecto, en el que cerramos el taller temporalmente, os dejamos aquí un texto de una de nuestras olas del Mar de Incertidumbres:


DE DISCRETAS AUSENCIAS E IMPERTINENTES PRESENCIAS 

En el Diccionario geográfico-estadístico de España, de Madoz (publicado hace unos 180 años), se recoge que en la Esgueva, junto a barbos y otros peces, había anguilas. Me resultó sorprendente. Este animal es un pez catádromo, es decir, que una parte menor de su ciclo vital es marítima. Los ejemplares adultos desovan en el mar de los Sargazos y sus larvas emigran siguiendo las corrientes marinas hasta los estuarios y las desembocaduras de los ríos, donde se transforman en angulas. Las angulas ascienden por los cauces fluviales y, tras varios años, pasan a ser anguilas y alcanzan la madurez sexual, momento en el que emprenden su viaje atlántico de vuelta hasta el mar de los Sargazos para cerrar su ciclo vital. ¿Por qué en la actualidad nunca se tiene noticia de su presencia en nuestro pequeño río ni, creo, en ningún otro de la cuenca del Duero? ¿Cuándo han desaparecido y por qué?

No se me ocurre otra explicación que la construcción de las numerosas presas realizada a lo largo del siglo xx en el curso del padre Duero. La primera de ellas, la de San Román, se inauguró en 1902 y fue seguida de otras, como la de Villalcampo (1949), Castro (1952), Saucelle (1956) o Aldeadávila (1963). Seguramente, solo el primero de estos pantanos ya constituiría un muro insalvable para las anguilas, así que una carrera de tan formidables obstáculos ha tenido que suponer la extinción de las anguilas en toda la cuenca del Duero por encima la frontera portuguesa. Según esto, la fecha del óbito de la anguila en la Esgueva sería el año 1902, cuando la primera presa fue construida y el necesario tráfico ascendente y descendente interrumpido.

Pero «ojos que no ven, corazón que no siente». Los nacidos en la segunda mitad del pasado siglo xx ya no hemos echado de menos la anguila en nuestros ríos y hemos crecido creyendo que la dotación primigenia de peces era la que hemos conocido, y no más. Creímos que no ha habido otros. Pero para sacarnos del error está la obra de don Pascual Madoz, que puede considerarse la última fe de vida de la anguila en nuestro río, ya que tras la publicación del citado diccionario quedaban poco más de cincuenta años de vida conjunta entre la anguila y nosotros.

Hay, sin embargo, otra ausencia drástica más reciente, también imputable a obra humana y de la que no tengo noticia escrita, pero de la que puedo dar fe por experiencia propia. Son las ratas de agua (Arvicola sapidus). Sí, las mismas de las novelas de Delibes. Su carne fina era muy apreciada y pudo dar origen a las pasiones que en la novela se describen. Todo el mundo las consideraba un manjar, menos mi madre, que las asimilaba a las odiadas ratas y ratones domésticos. Son, sin embargo, especies completamente diferentes, que nada tienen que ver con la rata doméstica ni en su alimentación, ni en el hábitat ni en el comportamiento. Había muchas en las orillas del río y delataban su presencia con los caminos y las numerosas galerías,  más pequeñas que las de los conejos. A veces, se las podía ver nadando o buceando o, más raramente, en tierra. Era un animal bonito, de pelo reluciente y cara simpática. Desde 1962, el año en que fue dragado el cauce de la Esgueva (y también el año de la publicación de la novela Las ratas), no he vuelto a tener noticia de su existencia. Ojalá que sobrevivan algunas en arroyos y otros ríos. Durante aquel año, la bocaza de la draga eliminó vorazmente los sedimentos del cauce, los juncos, las espadañas y los árboles de la ribera junto con todas las galerías y fuentes de alimentación de este animalillo. En su lugar quedaron unos inhóspitos taludes empinados, unos caminos laterales, más o menos transitables, y un paisaje desolado en lugar de la amable ribera previa. El dragado, complementado con la desecación, resultado de políticas de riego inexistentes o mal llevadas, supuso el fin de la especie en nuestro río. Será, sin duda, el precio pagado por ser tan irascible y haber producido históricas crecidas y desbordamientos. Supongo que con las ratas se irían otras formas de vida: cangrejos, pájaros, culebras de agua, ranas…, pero no tengo constancia de ello.

En la desembocadura de la Esgueva en el Pisuerga hay una pequeña catarata. No sé si este desnivel y la conciencia de los pescadores serán obstáculos suficientes para el ascenso de los siluros, el mejillón cebra y otras pestes, cuya presencia ha sido ya registrada en ríos mayores. Seguramente no. Esto es el resultado del progreso sin conocimiento y sin conciencia plena de lo que se hace.

Un río es mucho más que un cauce por el que discurre el agua. Hay que hacer pantanos y será preciso dragar y limpiar los ríos; pero, si se consideran todos los factores ambientales, quiero creer que es posible un crecimiento armónico con respeto a todas las formas de vida, al paisaje y al paisanaje.

Quiero creerlo así.   

Rafael Aparicio Duque

¡Hagan sus comentarios! Nos vemos a la vuelta.


jueves, 12 de diciembre de 2024

FIN Y COMIENZO

Termina el primer trimestre de este curso y el último del año 2024. Este mar, transformado en océano, ha evaluado los trabajos realizados por el momento destacando la petición de más escritura en el horario del taller y menos en casa. La entropía que nos caracteriza ha dado lugar a propuestas variadas de mejoras de todo tipo. Desde aquí anotamos todo para comenzar el nuevo año con un mapa de navegación que se ajuste a las peticiones.

En la penúltima sesión del taller hemos trabajado los «ABECEGRAMAS» para, como dijo una de las olas de este mar, «reforzar la  musculatura de la creación literaria».

Aquí compartimos algunos de los ejercicios para que los disfrutéis y comentéis:


Algunos Breves Consejos De Escritura:

Formar Galimatías Herejes Imitando Jerga Kafquiana; Leer Llamativos Manuscritos Náufragos; Ñapar Orquestados Poemas Quebrantando Retóricas; Sublevar Términos; Urdir Vocablos Wagnerizados, Xerocopiarlos Y Zurcirlos.

Ana Melero


Amor, Baja Con Decisión El Felpudo Grande.

Había Innumerables Jirones, Kilométricos, Los Llamaría Mejor. 

No Ñoñees, O Parecerás Que Rabias Sin Tener Un Vecino.  Wambense, Xilofón Y Zampón.

Alfonso Galicia

 

Aníbal bailaba con Delia en Fermoselle.  Gustosamente hablaban ideales juntos. ¡Kamikazes!

Las mamás, Nuria, Ñandú… Optaron por quedarse refunfuñando sigilosamente tras un ventanal wifi.

¡Xilófago y zalamero! 

(Aclaraciones:  Delia es muchísimo más joven que él; por eso lo de kamikazes. Xilófago se utiliza como un insulto).

María Bermejo


Araña Bebía Café Descafeinado. Esperaba Fijándose Graciosa. Había Invitadas: Jirafas, Koalas, Libélulas… Mientras Nuestra Ñandú Orquesta Pedía Que Respetaran Silencio. Tintineaban Unas Vacas: Wanda, Ximena Y Zahara.

Marta Alonso


Al Baobab Corpulento De Elegantes Flores Granate Han Ido Jóvenes Kurdos. Los Más Necios Optaron Por Quedarse Reposando.  Se Tomaron Unidos Varios Whiskies. Xilófagos Yacen Zumbando…

Supongo que los vapores etílicos les han atontado, han salido de las galerías excavadas en la madera y, deslumbrados por el sol ecuatorial, zumban desconsolados. Entretanto, los kurdos duermen la curda, y el baobab, impertérrito, aguarda a que se vayan para que el consejo de los ancianos pueda reunirse de nuevo bajo su sombra.

Rafael Aparicio Duque


Desde aquí, esperamos que paséis unos días estupendos y que nunca dejéis de jugar con las palabras. 

sábado, 30 de noviembre de 2024

ESCRIBIR EN MARROQUÍN

En el último taller leímos y trabajamos sobre el escritor colombiano José Manuel Marroquín. Como todos los vanguardistas de principios del siglo xx, experimentó con el lenguaje creando el suyo propio, alterando verbos por sustantivos y viceversa.

En Mar de Incertidumbres nos gusta mirar la literatura desde todos los ángulos posibles y jugamos también con su materia prima: el lenguaje. Así que partimos de este poema del autor citado:

Cuadro de texto: Ven, endecha las escuchas
en que mi exhala se alma,
que un milicio de musicas
me flauta con su acompaña.
En tinieblo de las medias
de esta madruga oscurada
ven, y haz miradar tus brillas
a fin de angustiar mis calmas.
Esas tus arcas son cejos
con que flechando disparas.
Cupido peche mi hiero
y ante tus postras me planta.
Tus estrellos son dos ojas,
tus rosos son como labias,
tus perles son como dientas,
tu palme como una talla,
tu cisne como el de un cuello,
un garganto tu alabastra,
tus tornos hechos a brazo,Ahora que los ladros perran,
ahora que los cantos gallan,
ahora que albando la toca
las altas suenas campanan;
y que los rebuznos burran
y que los gorjeos pájaran,
y que los silbos serenan
y que los gruños marranan,
y que la aurorada rosa
los extensos doros campa,
perlando líquidas viertas
cual yo lágrimo derramas
y friando de tirito
si bien el abrasa almada,
vengo a suspirar mis lanzos
ventano de tus debajas.

Tú en tanto duerma tranquiles
en tu camada regala,
ingratándote así burla
de las amas del que te ansia.
¡Oh, ventánate a tu asoma!
¡Oh, persiane un poco la abra!
Y suspire los recibos
que este pobre exhalo amanta.

José Manuel Marroquín


Creamos en clase otras composiciones como, por ejemplo:


Deseada Termostasis

Cuando cigarrean las cantas

y se termometra la eleva,

hace un pelotor de calos

y todos la busca sombrean.


Ahora que ya noviembrea

y las moques naricean,

pregunto, Señor, ¿por qué

si calor en sobras agostea

y es en escaso enerea

no nos medias la hacea?

 

Si eso pasase, Señor,

mucho pueblía el ahorro  

y pasar mejor lo haría           

del auroreo al ocasa

Diamos, entero el diga,        

En saltanías y letos

Cantento te contaría

 

Traducción

Cuando cantan las cigarras

y el termómetro se eleva,

hace un calor de pelotas

y todos buscan la sombra.

 

Ahora ya es noviembre

y las narices moquean,

pregunto, Señor, ¿por qué

si calor sobra en agosto

y es escaso en enero

no nos haces la media?

 

Si eso pasase, Señor,

el pueblo mucho ahorraría

y mejor lo pasaría.

Del ocaso a la aurora,

digamos el día entero,

en salmos y letanías

te cantaría contento.

Rafael Aparicio Duque


Tormenta que atormenta

Ciegos los vientos aúllan,

frágiles tiemblan las ramas.

Terco empapa el diluvio,

los rayos dibujan rayas.

Fieros los truenos asustan,

mas lo niegan tus palabras.

Si te acongoja la noche,

encuentra alguna cabaña. 

 

Atormenta que tormenta

Ciegos los aúllos vientan,

frágiles raman las tiemblas.

Terco diluvia la empapa,

los rayos rayan dibujas.

Fieros los asustos truenan,

mas lo palabran tus niegas.

Si te nochea la acongoja,

cabañea alguna encuentra.

José Valdezate


La ruedaba del pinchazada

Carreteraba por la viaja cuando, de repente, ruidé fuerte un escucho. Arcené en la parada y me chalequé un reflectante posición. Cocheé con cuidado la salida: la ruedaba pinchazada. Seguraba la llamada y gruaba búsqueda en cuarenta minutos.

Marta Alonso


Ratea

¡Encargo este es difícil!,                                                         

imposible no decir por.

¡Sesos devanando me estoy!

Días diez casi así llevo.

Ni verso encajo, no ripio,

poesía ni, relato ni.

Bordería una, ¡acaso reto será imposible este!

¿Inquina será?

¡Señora!, usted dirá me

fin por si lo he conseguido.

Riendo claro sí que está,

¿o no es lo mismo llorando?

Alejandra Navas


¿Qué opináis de esta locura de textos con lenguaje inventado?