Hace unas semanas estuvimos hablando del extrañamiento en clase y también de la búsqueda de nuevas utilidades a objetos comunes. Estos son algunos microrrelatos que resultaron de la indagación sobre qué otros usos podía tener un cinturón.
Newton
No lo había pensado antes. Lo vi quieto junto a la escalera,
avancé despacio, pasé el cinturón de mi vestido nuevo por su cuello y
rápidamente lo enganché en la barandilla. La gravedad hizo el resto.
Ana Esperanza
Fisiopatología de un salto
Cuando cayó sobre el patio de butacas, ya estaba muerto.
Tuvo suerte y la hebilla le partió el cuello justo antes de caer.
Fernando del Soto
Relicario
Colgaban de las hebillas como si fuesen trofeos, aunque
nadie se percataba de ello al entrar en la cámara de gas.
Fernando del Soto
Informe tribal
Estaba enrollado. Parecía una serpiente con cabeza de metal.
Me pregunté qué sería aquello. Nadie podía informarme, todos estaban muertos o
habían huido. Lo golpeé con la punta de mi lanza y quedó tendido en el suelo,
inerte. Tenía tres perforaciones cerca de la cola, como yo en la oreja derecha.
Con precaución, me atreví a tocar el extremo no metálico. Su
tacto era suave y cálido. No pasó nada. Esperando alguna reacción agarré el
otro extremo con rapidez, como si atrapara una culebra por el cuello. La cabeza
estaba fría. El cuerpo colgaba inánime de mi mano. Quedé desconcertado. Aquello
parecía no tener vida. En ese caso, podría ser un utensilio o tal vez un arma.
Tenía hierro como mi lanza. Aunque no sería un arma muy eficaz, puesto que
carecía de filo. Solo un pequeño aguijón asomaba en la cabeza metálica como
lengua rota de áspid. Tenía que servir para matar. Todos los objetos que había
visto con hierro en un extremo eran armas. Sin embargo, algo no encajaba. Nuestras
puntas de lanzas y flechas iban insertadas en un palo y aquello no tenía madera
por ningún sitio. Quizá estaba incompleto o puede que no lo necesitara.
¿Y si fuera un arma arrojadiza? Agarrándolo por la cola
podría girarse sobre la cabeza y lanzarlo contra el enemigo. Habría que
emponzoñar el aguijón con curare. ¡Vaya idea más tonta! No sería eficaz con esa
púa oscilante.
No seré el más listo de la tribu, pero sí el más precavido.
Para evitar sorpresas, machaqué la cabeza con una piedra y se lo llevé al
chamán para que lo examinara. Hace diez días de esto y, aunque él lo sabe todo,
aún no ha dicho nada.
José Valdezate