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Siguiendo la propuesta de Víctor Moreno en su libro El deseo de escribir (Editorial Pamiela, 2004), en el Taller de escritura sugerimos inventar un bosque. Como dice el autor, en los cuentos infantiles tradicionales siempre aparece enmarcando la acción, pero pocas veces se dan detalles de cómo es ese bosque. Caperucita transita por ese lugar, los niños se pierden y encuentran casas de chocolate, los duendes y hadas se cobijan en ellos, pero en pocas versiones hay detalles de esos bosques.
Aquí os dejamos textos de las olas de este mar que emergieron en este Taller:
El bosque
Me adentro en ti. Bajo mis pies, una alfombra de tornasoladas hojas me recuerda que estamos en la estación que mejor te sienta. Los rayos de un descarado sol penetran en tu espesura, pintando claroscuros que se posan aquí y allá. No en vano, tus ocres, naranjas, verdes, tus intensos rojos y amarillos, inspiran la paleta envidiosa del artista. Hasta el más codiciado perfume persigue el aroma de tus flores.
Sigo caminándote. Una melodía cautiva mis sentidos: un coro de pájaros y la brisa meciendo tus helechos, hojas y enramadas, interpretan una maravillosa sinfonía.
Observo el liquen aún húmedo de rocío, adornando los troncos de tus árboles en cuyas erectas ramas anidan los polluelos que mañana se lanzarán a la vida... estrenarán sus vírgenes alas. Un sinfín de matas, arbustos, trepadoras, hierbas, rellenan cada hueco, cada trozo de ti.
Te quiero, bosque. Te necesitamos. Te precisa la fauna que cobijas. No sucumbas a la avaricia del furtivo, que se lucra desnudándote, desposeyéndote de tus más preciados tesoros.
Gracias, bosque. Sin ti nada sería posible.
Rosy Val
Descripción de un bosque
Enormes acebos de copa esférica derraman sus hojas hasta el suelo en una cascada de un verde oscuro tan intenso que en la sombra se confunde con el negro. Algunos están salpicados de pequeños frutos rojos, como árboles de Navidad adornados; creo que son las hembras.
Juntos descienden por la suave pendiente del monte como un ejército de gigantes en extraña formación. No están alineados y, sin embargo, se respetan las distancias entre ellos. Inabarcables masas verdes de pequeñas hojas brillantes, fuertes y apretadas, de bordes punzantes, acostumbradas al clima duro, siempre a la defensiva, avanzan por la ladera.
No hay ramas que cubran el sol y tamicen la luz, no elevan sus brazos al cielo, los dejan caer sobre el pasto. A vista de pájaro, parecen gigantescos balones esparcidos sobre un plano ocre verdoso, donde la hierba ralea y la tierra se va adueñando del espacio.
Acebal de Garagüeta en Soria.
Ana Melero
Acebal de Garagüeta en Soria.
Ana Melero
Mi bosque animado
Siguiendo la senda que llevó a Hansen y Gretel a la casita de chocolate, penetro en el oscuro bosque donde el lobo feroz habita. Los verdes líquenes que parasitan los árboles me indican el norte. Unas veces soy Caperucita jugando al escondite entre las rocas que saltan riachuelos; otras me visto para matar, y montada en mi escoba esquivo las ponzoñosas espinas de las zarzas. No hay veredas claras en la espesura y el sol se difumina entre las copas para no despertar a Blancanieves de su envenenado sueño entre tamuja, helechos y margaritas. La manzana que causó el daño la recogió Eva produciendo con su gula la expulsión del paraíso. Allá camina desnuda y aterida arrastrando los pies por la hojarasca, mientras le llegan en sordina el lamento de sus hijos. Un gigante juega, camuflándose entre el follaje, a las escondidillas con un hada que, haciéndose la tonta, hace ver que no ve nada…
Rosa M.
Bosque
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Fuente: http://www.lutjapon.com/los-bosques-en-el-japon/ |
Las hojas tapizan el suelo. La humedad se huele. El aire ligero acaricia mi piel. Mientras, mis pasos se amortiguan en las hojas yermas. Una lluvia leve cae a ratos, siento su presencia en mi cara.
Es un bosque hondo, denso, la luz se tamiza entre las ramas, siento su presencia, ahora me ofrece paz.
Atardece, en poco tiempo la luz se tornará en negrura y entonces me llenaré de inquietud. Aprieto los pasos mientras las currucas buscan cobijo. Poco a poco el silencio se cierne sobre el arbolado, y como Pulgarcito busco los guijarros que me lleven a casa. No los veo.
Nada más turbador que la noche aquí dentro. Detrás de cada árbol se esconde una amenaza.
José M. Rodríguez
Un bosque especial
Dejando mi pueblo atrás (Codesal), cruzo la carretera y allí está, viendo pasar los siglos como testigo impasible de la historia, el roble centenario del cementerio (emblema de nuestro pueblo).
El grueso tronco sujeta los enormes brazos que componen la frondosa copa del roble. A sus pies, la era ofrece pasto para ovejas y cabras, mientras un pastor perezoso se dispone a disfrutar de un buen bocadillo de chorizo (muy típico de nuestra tierra).
La laguna, las escasas aguas cubiertas de diminutos nenúfares sirven de cobijo para las ranas que nos amenizan las noches de primavera y verano.
A la izquierda, un valle repleto de robles da sombra y cobijo a una gran variedad de setas, principalmente el boletus edulis, apreciado por su valor culinario. Los hongos cautelosos asoman sus coloridos sombreros entre la gran alfombra de hojas secas que cubre la cañada.
En toda la comarca, el roble común es el árbol más destacable. Su troco es rugoso, con una piel casi desquebrajada en la mayor parte de su vida. La copa se hace ancha irregular, con ramas tortuosas, nudosas y acodadas. Sus hojas son caducas, dentadas y acorazonadas, y proporcionan buena sombra para los pastos.
A la derecha, un serpenteante camino nos ofrece diferentes muestras de pequeñas especies de monte bajo y matorral, como la retama, con sus singulares flores papilionáceas amarillas. Subiendo un pequeño montículo, la vista se fija en un casi mágico mosaico de brezo, una planta de más o menos un metro de altura, muy ramosa, con flores de aspecto acampanado de color blanco o rosado morado. Tanto por sus colores como por sus olores, es imposible que al paseante le pase desapercibido.
Si giro la cabeza a la izquierda, puedo ver a lo largo del camino una robusta pared primitiva de piedra cubierta de musgo. Servía para resguardar un abanico de cultivos: trigo, cebada, remolacha, patatas y hortalizas. Los cuales eran el sustento para las personas y animales durante todo el año.
Concluyo mi paseo sentándome en una roca y contemplando la Sierra de la Culebra, que delimita España y Portugal. Justo frete a mí está Peña Mira, el pico más alto de toda la región. Desde allí podemos divisar la poblada fauna: ciervos, conejos, liebres, jabalíes y, con un poco de suerte, algún lobo, ya que estamos en la mayor reserva del lobo ibérico de la Península.
Bebo agua en la fuente del merendero, con la satisfacción de saber que el paseo ha merecido la pena.
Isabel Garrido